“Parte de lo que yo quería cuando entré a estudiar era encontrar algo que me enamorara de la vida, para no sentir que estaba trabajando, sino sentir que estaba siendo muy feliz”, dice David Pantoja cuando cuenta la gran decisión de vida que para él fue estudiar Publicidad. Y esto lo entendió cuando se dio cuenta de que la felicidad radicaba en sí mismo, en el poder de sus ideas, no en el tamaño de las agencias a las que iba a pedir trabajo o en el importante nombre afuera de algún edificio.
Por eso describe su vida como un proyecto en construcción, más no como una estructura, pues el éxito no tiene forma, colores, texturas o tamaños definidos. Así como las personas; todas son diferentes, pero de seguro todas tienen algo bueno para aportar. Y es allí donde David se detiene un poco a hablar de su experiencia en la Universidad Católica de Manizales pues, al ser de Pasto, llegó a una ciudad desconocida, donde se encontró con compañeros y profesores que lo hicieron sentir bienvenido y que compartían con él la convicción de que es indispensable ser un buen ser humano para ser un buen profesional.
“Los profesores que a mí me tocaron eran Paulita, Jorge, Juan Pablo… muchos más que enseñaban a amar esta profesión, son personas que respiran de verdad la publicidad y les corre por las venas. Eso es muy bonito porque es tener a alguien que ama lo que hace. La Universidad es un lugar donde todos los maestros te pueden aportar mucho y hay un buen ambiente para crecer, es un lugar para pulirse, para aprender, donde también uno hace buenos amigos”, recuerda David.
Su voz es tranquila y dulce y cada palabra que dice parece revestida de una calma que contrasta con cientos de ideas creativas que a cada minuto llegan a su mente. “Como publicistas, tenemos que saber ponernos en los zapatos de los demás. No podemos ser tan egocéntricos de decir que lo que decimos es la ley y lo que hacemos es la última palabra y queda escrito en piedra. Creo que tenemos que aprender a tratar con la frustración de los demás, o sea, no es llegar a decirles a las personas ‘es que usted no sirve para nada, qué viene a hacer acá, dónde estudió’”, explica cuando habla del ego que pueden alcanzar algunas personas del medio y lo importante que es tener eso presente para no caer en él y para conservar esa misma emoción que tenía cuando entró, lleno de sueños, a cursar Publicidad.
Porque también las ideas tienen que seguir siendo auténticas, tienen que reflejar el mundo, no el publicista como el centro, como el protagonista. Por eso, recuerda mucho un libro que un profesor le dio en la universidad “Whatever you think, think de opposite” (Cualquier cosa que pienses, piensa lo opuesto), de Paul Arden, pues esto significa para él que siempre se puede ser diferente, siempre se puede romper el molde y seguir en esa construcción de su vida sin que, necesariamente, corresponda a tener una agencia cuyo nombre opaque a las demás. La fuerza de las ideas puede transformar al mundo y ese poder lo tienen los publicistas, así que, si se dirige bien, una campaña puede cambiar al mundo ya que llega a todos los rincones. “¿Cuántas personas han leído el libro “Cien años de soledad”? uno puede decir que miles o millones, no sé. Pero ¿cuántas personas leen a diario el eslogan “Just do it” de Nike? Son muchísimas personas más, entonces ahí es donde está el poder que tiene esta profesión, tenemos un medio de comunicación que, si cumple con las ideas y se junta con lo que cada persona puede aportar, se podría cambiar el entorno de todo el mundo. Un espacio pequeño, uno grande, lo que uno quiera”, explica David para mostrar cómo la capacidad de las ideas que comunica la publicidad es enorme y está por todo el mundo, por eso las ideas deben ser más grandes que la persona que las piensa, deben hacerse parte del mundo, parte de todos.
Y David es fiel a ese pensamiento, pues las ideas que compartían todos los que hicieron parte de su etapa universitaria son las que, en gran parte, hicieron de él la persona y el publicista actual, lleno de todos esos colores, formas y texturas que lo hacen único y que le permiten transitar en su oficio con libertad, sin sentirse entre paredes o muros que lo limitan. “Al final si uno se puede levantar de la cama, respirar, ser agradecido con las cosas pequeñas, ir a visitar a alguien que lo quiere, o visitar un cliente, de verdad hay que agradecerlo, y si uno tuvo un mal día, no quiere decir que los demás días van a ser malos”, concluye David con esa misma calma que solo es sinónimo de alguien que cada día piensa lo opuesto.