El texto de esta salida fue escrito por la estudiante Maria Cristina Castro Morales:
Todo coincidió….
Luego de dos años de recorrido académico, teníamos nuestro último seminario; una electiva, esto nos daba pie para hacerla diferente, entonces, decidimos con apoyo de la Universidad, llevar estas experiencias académicas, debates, y escritos del aula a “La Calle”.
El caso de Medellín y muchos de Antioquia tratados en clase dieron pie para querer conocer y reconocer espacios de memoria, resistencia, transicionalidad y resiliencia de este territorio.
Las expectativas eran altas, los sentimientos y emociones eran ambiguos, y contradictorios, pues hasta ese momento (todavía los seguimos procesando) no alcanzamos, a dimensionar, como una ciudad y un departamento con unas estéticas, y dinámicas tan potentes, podría moverse en estas dos caras, la florecida y la olvidada, la mágica y la violenta.
Fueron 3 días inolvidables, reflexivos e inquietantes.
El primero, Memoria, ¿En Medellín todo florece?:
En El Museo Casa de la Memoria, comenzó nuestra ruta, allí encontramos una manera contradictoriamente hermosa de dignificar el dolor, de abrazar nuestro pasado de una manera sensible y respetuosa, de sentirnos acogidos a pesar de la tristeza y las historias tan fuertes y violentas que habitan este lugar, quedamos impactados, llenos de nostalgia, responsabilidades e inquietudes acerca de lo que podemos hacer en nuestros entornos.
El segundo día: Granada, NUNCA MÁS.
Un municipio como muchos de Colombia, que quedó en medio de la guerra y el conflicto, personas en su mayoría campesinas que no tuvieron opción ni capacidad de decidir sobre su presente y futuro, desplazamiento, violencia, olvido, es la sensación que dejan las historias de este municipio, sin embargo, y más allá de esta cruda realidad, nos cuestiona, como ellos al igual que la naturaleza nos enseñan a resistir, a amar la tierra, la familia, y a tener esperanza, como la juntanza, el amor y el trabajo en comunidad, nos facilita el camino y nos devuelve la paz, no esa paz lejana, sino esas pequeñas paces que son las que hacen un tejido más fuerte, que, a veces a pesar de parecer invisibles, son las que nos mantienen vivos y con deseos de una Colombia diferente.
El tercer y último día volvimos a la urbe, Resistir no es aguantar, visitamos la Comuna 2, ubicada en la comuna nororiental, posiblemente la más grande de Medellín, y con picos de violencia enormes, que pudieron ser en su momento los más peligrosos del país y el mundo. (Años 90), allí tuvimos la fortuna de conocer como a través, del arte, la cultura y la esperanza, se pueden construir experiencias de paz y convivencia, especialmente para los niños, niñas y adolescentes, que muchas veces quedan inmersas en estos conflictos y no tienen la oportunidad de vivir, expresar, y sentir, cómo debería ser. Una vez más, vemos el trabajo en comunidad, y la fuerza del amor como dispositivos que nos permiten seguir adelante a pesar de las noticias, historias y guerra que seguimos viviendo.
Fueron tres días, llenos de prácticas, donde conocimos, aprendimos y desaprendimos, lloramos, y reímos, pero lo más importante, quedamos con la responsabilidad de llevar este mensaje a nuestros territorios, familias y entornos.
¿Qué vamos a hacer desde nuestro diario vivir para NO REPETIR?