Escuchar a Omar Fernando Romero hablar de su vida universitaria es como escuchar que alguien lee un libro de Andrés Caicedo. Como una oda a algo pasado, a algo perdido, a algo un poco gastado y quebrado, pero que conserva un encanto y un atractivo que son innegables y que le dan a Omar esa particularidad de ser como es. Omar es de Cali, pero encontró en Manizales una microciudad universitaria, como él la llama, en una época más reciente que la de Caicedo y con otras oportunidades que hicieron que en su discurso se sienta algo de nostalgia por lo que no se pudo hacer en esa época, pero también algo de gratitud por lo mismo.
Por eso, es extraño escuchar que su primera opción era ser piloto de la FAC, pero cuando se enteró de que una parte de la prueba de ingreso era mostrar que su familia era perfecta, lo descartó y finalmente se dio cuenta de que no estaba dispuesto a dar la vida por ‘este paseo’ llamado Colombia.
“Le di una mirada al programa y a la ciudad misma y, literalmente, fue una montaña rusa, primero porque me fui enamorando de a poco de lo que escuchaba, de las historias, de los espacios que hoy son mitos ya para la nueva arquitectura de la Universidad. En ese entonces era más austera, había sótanos donde había un laboratorio fotográfico y demás, edificios que desaparecieron. Así mismo, descubrí la ciudad con sus lomas, con sus caídas y uno cuando viene de una tierra tan plana como Cali, pues se asusta y le da un vértigo en el estómago cuando los carros de repente pegan ese pique hacia abajo. Sentí el enamoramiento por la ciudad, la carrera y el espacio universitario”, y ese enamoramiento también se dio por la pequeña envergadura de la ciudad, que permitía que él y su generación fueran unos universitarios netos, pero ‘ñoños’, es decir, sin cargarse de excesos y de anécdotas que tal vez no valdría mucho la pena recordar: “en esa época también nació ‘Máquina de hacer crispetas’, un cineclub que nos permitía generar conversatorios en el centro y también generar vínculos, no solamente desde la carrera, sino interdisciplinariamente. Había gente que solo por el amor al cine se quedaba en una charla bien ñoña, solo ese empuje de querer hacer eventos alternativos era lo que le daba vida al día a día de lo que era la ciudadela universitaria”.
Y ese empuje también lo encontró dentro de los salones de Publicidad, en profesores que le daban esa ‘patada’ que necesitaba para salir de las cuatro paredes de su trágica adolescencia, para superar una escritura accidentada y nostálgica y llegar a una escritura inteligente y propositiva que no temía enfrentarse a una hoja en blanco cuando ya había fundamentos intelectuales suficientes para crear sociedad.
“He seguido mi carrera no tan guiado por hacia dónde me lleva el gremio, como si fuera un pirata buscando el tesoro por todas partes, sino por construir conocimiento como ‘hobby’, porque como no me volví académico, tengo el placer o la desgracia de abordar el conocimiento de forma gratuita”, explica Omar cuando cuenta que esta experiencia en la que sintió tan de cerca esa preocupación de sus profesores por sacar lo mejor de él, le ha servido para que ahora también pueda apoyar y guiar a otras personas del gremio que a veces se sienten bloqueadas con sus carreras o que no han encontrado sus verdaderos talentos, pues moverse por la publicidad sin estancarse en un solo rol, ha sido toda una ventaja para él: “me he encontrado historias donde hay personas que tienen serios bloqueos de personalidad que les impiden contar, participar o proponer, y conversando con la persona me doy cuenta de que fue a partir de un mal liderazgo del pasado, de estos egos a veces dominantes o pesados, y de repente, cuando la persona cae en cuenta, se libera un poquito de ello. Mi aporte es uno a uno con las personas con las que trabajo, con las personas que tengo la oportunidad y la buenaventura de darles algún tipo de información”.
Aun así, como las historias de Andrés Caicedo, sabe que no todo es perfecto y que la historia universitaria quedó en el pasado, que con el tiempo las personas pueden cambiar y esos sueños adolescentes se diseminan en el mundo real, por eso asegura que es inevitable que en el camino las personas se pierdan, como si cayeran al mar y desubicadas, olvidaran dónde es arriba y dónde es abajo, pero también es optimista, pues, a diferencia del póstumo escritor caleño, Omar sí cree en el mito del héroe, ese que baja al inframundo para conocer su peor cara, y luego resurge para sobreponerse y entender que “con una camiseta blanca también puedes seguir siendo vos mismo”.