Óscar Fernando Martínez Herrera, profesor de la Maestría en Memoria y Escenarios Transicionales e integrante del Núcleo de Estudios en Memoria y Paz de la UCM, presenta un relato de la Catedra de la Paz y Ciudadanía donde la comunidad UCM tuvo la oportunidad de conocer la historia de Doris Carvajal y su padre Raúl Carbajal, quien durante su vida luchó por encontrar la verdad del asesinato de su hijo.
Resistir ante la infamia
Dicen que los ojos son el espejo del alma. En ocasiones es cierto, los ojos se tornan en un reflejo indeleble de la existencia. Así encontré entre un doloroso relato la mirada de Doris, la hija de don Raúl Carvajal. Aquel hombre que con su corazón roto decidió emprender la búsqueda de la verdad que ensombrecía la muerte de su hijo, el cabo Raúl Antonio Carvajal.
Don Raúl fue un hombre de otro mundo que sacrificó su tranquilidad, su economía y su propia vida, por buscar respuestas al asesinato de su hijo. Respuestas que fluyeron rápidamente, pero se hicieron agua en medio de contradicciones oficiales y horrores extraoficiales. Cuando de justicia se trata en este país, la verdad se vuelve una sombra que pocos buscan iluminar, pero que, con valía, dignidad y esperanza, don Raúl intento encontrarla como una forma de enaltecer la memoria de su hijo.
Respuestas que en su viejo furgón buscó por todo el territorio, desde su «indeseada» y desafiante visita al Ubérrimo, hasta su traslado al centro de país, donde depósito la humanidad de su hijo en la Plaza de Bolívar para que la fiscalía se viera obligada a hacer público el levantamiento del cuerpo de Raúl Antonio.
Don Raúl siempre supo la verdad, solo quería que los responsables asumieran lo que les corresponde y aceptarán los infames hechos en los cuales su valiente hijo, en un digno acto de humanidad y coherencia, como militar activo se opuso a asesinar a sangre fría a otro compatriota suyo, en los criminales y aún dolorosos falsos positivos.
El relato que Doris realizó en la Universidad Católica de Manizales es impecable en cada detalle. Sus ojos, honestos como los de su padre y su hermano, hablaban más allá de las palabras. Hablaron entre susurros y frases que enuncian la ignominia de un país que aún se resiste al olvido, y donde la memoria para algunos, parece ser la única estrategia contra la impunidad.
Allí aprendimos en este relato, como existieron otros olvidados por los anales de la historia, quienes cayeron torturados por enfrentar el terror vuelto fusil, que decidía entre la vida y la muerte de la existencia ajena. Lo ajeno, que a veces nos hace distantes y, a su vez, insensibles con aquellos olvidados. Olvidados como aquellos que portaban un uniforme y no tenían razones para aceptar que asesinar a otros inocentes era legítimo, así como lo hizo el cabo Raúl Antonio.
Olvidados como aquellos miles de jóvenes asesinados por una práctica sistemática en la cual la vida se convirtió en un trofeo de guerra o un simple indicador de una falsa efectividad. Todos tenemos un poco de olvido, ese olvido de quienes le dimos la espalda a la realidad, cuando la sangre corría a nuestro alrededor.
Doris, narró con una transparencia indescriptible el sufrimiento de su hermano, el dolor de su padre y la resistencia de su familia para no caer en el olvido. Narró con la mirada, lo que nosotros no lográbamos dimensionar con la imaginación. Reconstruyó el sufrimiento de esta dolorosa historia con la más sutil delicadeza, albergando en sus palabras algo más importante que ese horror por el que pasaron como familia. Albergando la esperanza de la verdad y la dignidad de los suyos por resistirse ante la infamia.