Eduardo Ángel es un creativo de pura cepa. Grupo de teatro en el colegio, elaboración de sonovisos con diapositivas, dibujar entre las clases e incluso llevarse el crédito por la elección del personero gracias a su campaña publicitaria son solo algunos de los elementos de la larga lista de actividades que Eduardo realizaba para cumplir su sueño de hacer comerciales de televisión. Una vez terminó el colegio, quiso llevar estos pasatiempos a la vida real, hacerlos su carta de presentación. Y, aunque su sueño era ir a Bogotá a estudiar Publicidad, la situación económica de su familia no podía brindarle eso. Por eso, de Pereira, su ciudad natal, Eduardo solo tuvo que viajar unos pocos kilómetros para llegar a Manizales a la Universidad Católica de Manizales donde, para su fortuna, nunca sintió que a su sueño le habían cortado las alas, sino que le habían dado la propulsión para dispararse como un cohete.
Y parte de este gran impulso se lo dio el hecho de vivir solo: encontrarse en una ciudad diferente, ser un adolescente, pero manejar el presupuesto que le daba su familia y conocer personas de diferentes regiones del país fue, de acuerdo con Eduardo, un aprendizaje sobre la vida misma.
“Hay gente que piensa que venir de una ciudad intermedia o de una ‘universidad de pueblo’ es una desventaja laboral en la capital, pero en realidad es todo lo contrario. Los profesionales que llegamos de afuera tenemos la necesidad real de conseguir empleo más rápido y luchar por mejores remuneraciones. Y esto, aunque no parezca, contribuye a una búsqueda constante de más y mejores oportunidades, eso obliga a muchos a ser más creativos no solo en el trabajo, sino en la vida, factor que con el tiempo puede producir mejores resultados personales y profesionales”.
Por eso Eduardo llama a sus compañeros de universidad sus ‘amigos del alma’, pues fueron todas esas experiencias las que le dieron un bagaje personal para ser un profesional exitoso. “La universidad puso a mi disposición espacios como el grupo de teatro, la revista de comics, el magazín o incluso la cafetería donde compartí con cientos de personas de distintas carreras y de todos los semestres, gente que aún hoy me encuentro cuando voy a eventos, festivales u otras compañías y siempre es grato saber que hay mucha gente de la UCM dando la pelea en este mercado tan competido”.
Esto hizo que Eduardo no viviera en una burbuja, sino en un gran océano donde las posibilidades de la vida estaban a su disposición y él estaba en un contexto que lo animaba a ir por ellas, a no cohibirse y a arriesgarse, actitud que lo revistió de tolerancia a la frustración, empeño y capacidad de empezar de cero cuando había que hacerlo. Como lo dice él mismo, quien se casa con su primera idea termina cazado por esta: “hay que aprender a trabajar con los demás, solo de ahí es que salen las ideas más brillantes, los resultados más satisfactorios, las relaciones más duraderas y por qué no, el éxito”.
Es por estas mismas razones que es un entusiasta de aquellas marcas cuyos mensajes tienen la fuerza para cambiar el mundo y para hacer que los consumidores no solo se preocupen por el producto que buscan, sino por la huella que dicho producto puede dejar en la sociedad. Sabe que hoy en día los publicistas, las marcas y el mismo consumidor pueden hacer un trabajo mutuo en el cual se exijan para ser más responsables y amigables con el entorno de acuerdo con el rol que cada uno cumple.
Así pues, el Eduardo creativo, profesor y socio de la agencia de publicidad Grupo ZEA, sabe que, para lograr esos objetivos donde su oficio cada vez sea más humano, los profesionales deben diversificarse, aprender más, hacer cursos, actualizarse y darse cuenta de que las barreras entre las profesiones se pueden borrar y quien trabaja en publicidad no es siempre un publicista. Reinventarse como individuo es indispensable para reinventar al mundo, y eso debe ser un llamado también para la academia pues, finalmente, es allí donde el primer aprendizaje del mundo laboral se da.
De esta manera, Eduardo trae de vuelta su relato hasta su alma máter, ese recinto que por 50 años ha educado cientos de profesionales. Allí donde los recuerdos se mantienen intactos, pero los pasillos y salones son recorridos por nuevas generaciones que aprenden de otra manera y a través de otros medios, por lo cual aplaude que la universidad sea capaz de mantenerse actual y vigente para lograr que las personas tengan un éxito integral, pero, a la vez, tengan la capacidad de discernir si sienten que su éxito y su felicidad van por vías diferentes para que “escojan siempre felicidad por encima del éxito”.