Los medios de comunicación y las redes sociales se llenan de noticias sobre sus logros deportivos. Su ‘look’ es reconocido de inmediato. Y su vida personal tampoco es ajena a los colombianos. Pero él puede sentarse tranquilo una mañana en el tradicional restaurante La Suiza de su natal Manizales a tomarse un café. Sebastián Mejía, más conocido como Tatán, disfruta de las ventajas de ser un personaje público en Colombia, aunque también puede sufrir las consecuencias de serlo. Sin embargo, maneja su imagen de figura pública con la misma seguridad con la que se sube en su moto y la aterriza con firmeza después de saltos inmensos.
Hoy en día, casi no viene a Manizales. Sus compromisos como deportista lo llevan a estar viajando permanentemente y a invertir su tiempo en Colombia con su familia. Pero no olvida que la capital caldense lo vio nacer y que allí el programa de Publicidad de la Universidad Católica de Manizales le mostró una puerta abierta que él no conocía y que veía poco probable cuando estudiaba en el colegio y el énfasis en matemáticas lo hacía anhelar cada día terminar el grado once para ser libre y practicar motrocrós: era posible ser publicista y ser deportista al mismo tiempo. “Yo al programa de Publicidad le agradezco primero toda mi carrera, le agradezco entender los diferentes tipos de personas y de inteligencias, saberme guiar y entender que todos somos diferentes y que no todos tenemos que trabajar en una agencia para un jefe, sino que te motivan a llegar más lejos de lo que podés llegar”.
Como él mismo lo explica, fueron sus profesores universitarios quienes le hicieron darse cuenta de que su talento no tenía que encajar en un molde, ni responder a lo mismo que los demás. Tatán, por ser quien era, tenía cabida en ese programa y haría grandes cosas si se lo proponía. Por eso, asegura, agradece que la universidad lo haya llevado a los extremos, fue esta exigencia la que hizo que se apropiara de sí mismo y de lo que quería hacer, pues sabía que no correspondía con lo convencional.
Así, cuando Tatán decide que es momento de irse para Bogotá a seguir su sueño, junto a su moto y su corazón a mil, iban en su equipaje las enseñanzas de la universidad: las humanas que le recordaban que siempre creyeron en él y las profesionales a través de las cuales sabía que él podía ser un empresario integral. Por eso, a pesar del temor, sabía que tenía las herramientas para llegar a una agencia de publicidad a hablar de sí mismo como marca y también para entender de lo que le hablaban, por eso hoy maneja su imagen como influenciador, marca, celebridad y deportista él mismo, teniendo el control sobre lo que quiere decir y lo que quiere que los demás vean y escuchen: “yo soy motocrosista y desde segundo semestre entendí que podía autopromocionarme y venderme como figura. Que no iba a trabajar con una agencia y que no iba a necesitar una, sino que yo soy mi propia agencia, yo edito, grabo, pienso, vendo, cobro, hago todo; no necesito una agencia para poder llegar a donde quiero y eso me lo enseñó la carrera”.
En su prosa, se siente la experiencia del aprendizaje: de las caídas, tanto las de la moto como las de la vida, y los logros, esos ascensos desde los cuales se ve el horizonte que le espera, pues sabe lo que quiere y trabaja por conseguirlo. Por esa razón, dice que si los jóvenes sienten que son creativos y que a su estilo de vida quieren aportarle algo diferente, algo que les permita salirse de lo tradicional, elijan Publicidad. Pero que no la escojan por descarte o porque alguien como él es publicista, pues él habla de su experiencia, pero cada persona es única y debe buscar su lugar para encontrarse a sí misma.
La mañana soleada avanza en Manizales, pero Tatán está inmerso en su historia. Hace rato no toca su café y los recuerdos de las buenas experiencias en la universidad siguen surgiendo a gran velocidad, como si condujera su moto por una recta sin fin.
Sin duda, haber pasado por el programa de Publicidad de la UCM marcó un antes y un después en su vida: “la carrera es una nota, yo la pasé bien, me gradué bien, disfruté bien, los profesores me querían, yo los quería a ellos y la recuerdo con mucho cariño. Trato de pasar de vez en cuando, me siento orgulloso de mi Universidad”, son sus palabras para resumir sus años allí, los cuales hacen parte de una historia de medio siglo que aún no se agota.
Finalmente, Tatán se detiene un poco, como tomando impulso para hacer el salto más importante. No porque esté asustado, sino porque quiere disfrutarlo de principio a fin. Y así, tras tomar aire, concluye que es feliz. “Yo amo lo que hago, amo contar lo que hago y amo decirle a la gente que amo mi carrera y amo lo que me enseñó”.